martes, 6 de octubre de 2009

MERCEDES YA ES INMORTAL: UN ADIOS A LA NEGRA MILAGROSA


La conocimos hace más de 3 décadas con esa voz solitaria y melancólica. Su canto era quejumbroso pero rebelde, jamás claudicante. Su canto gritaba por las injusticias de los pobres del mundo, por la soledad de los niños sin madre, y peor aún, por las madres cuyos hijos habían sido secuestrados por el hambre, la parca o la dictadura, que para el caso era lo mismo.
Quizás de allí proviene el aspecto melancólico de mi generación. Había muy pocas cosas por las cuales bailar y demasiadas que exigían nuestra militante actuación. Allí al influjo de esa mujer nos fuimos haciendo adultos.
Mercedes nunca nos dijo, ni nos pidió militancia alguna, pero ella sabia insinuarse como buena artista.
Todos crecimos amándola en silencio. Su robusta figura contenía el mundo entero. No era una mujer para el placer, era como la mujer- mundo, con el color de la tierra, con la voz de los vientos de otoño, con sus tiernas alegrías como menudas gotas de rocío.
Su música recuerdo que fue mi única compañía cuando peleaba con el mundo, con la patria, con Dios, la Virgen María e incluso con mis padres o mi novia.
La tarareábamos en silencio. No podíamos cantarla porque esa tarea era privilegio exclusivo de Mercedes. Quien podría tener la coloratura de “La Mercedes”, su profundidad, su franqueza de artista.
Por las noches, una guitarra y una voz femenina eran suficientes para hacer de cualquier noche lóbrega una velada literaria. Afuera llovía, los carros salpicaban a los peatones y las goteras caían con su sonido de timbales en ollas. Sus canciones eran sutiles interrogantes al corazón. Ninguno de mi generación pudo eludir su magia. Había en ella algo de Vallejo y Arguedas.
En esos años, con una pobreza álgida que contaba matemáticamente las monedas de diez centavos, nos reuníamos en una taberna de mala muerte, donde sólo acudíamos los amigos. Nunca vi a ningún parroquiano diferente. Se llamaba La Carreta, La rueda o algo parecido. Al final suenan a lo mismo.
Estaba en Qollacalle, muy cerca de la Pza. Limacpampa. Allí recalábamos los aprendices de escritores, poetas en desgracia, políticos perseguidos, algunos más perseguidos por la pobreza que por el régimen y otros cuantos bricheros que buscaban su pasaporte rubio para abandonar sobre todo la pobreza...
Las conversaciones se alimentaban con las canciones de Mercedes como si fuera leña para el fogón del alma. Empezábamos tarareando una cancioncilla y después la Teoría de la Relatividad, el Alcoholismo pequeñoburgués, las mujeres ninfómanas, la dictadura del proletariado y finalmente el tema favorito era Dios y su responsabilidad en la desgracia humana.
En ocasiones, llegaba una mujer de lento andar. Parca y sosegada en todas sus cosas y con una voz que era la misma de Mercedes. María Aparicio, cantaba y tocaba toda la noche. Le pedíamos algo, pero ella sólo atendía a su corazón y cantaba lo que le daba la gana.
Allí aprendí a golpear el cajón o lo que podría ser la superficie de una silleta o algún tambor roto que estaba tirado en el desván.
Mercedes, se encargaba de ponerle sentido mágico a todo ese desorden adolescente que brotaba. Para unos el destino inmediato fue el matrimonio, se casaron y se marcharon a su hogar. Otros siguieron haciendo teatro a su personal manera Grotowskiana, Algunos declamaban, otros se hicieron músicos, alguno se marchó para la montaña y creo que allí murió.
Y yo me quede sólo, no era bueno para cantar, tampoco podía fingir adecuadamente para ser teatrista y nunca pude engañar a una gringa. Allí en ese aquelarre de poetas y aprendices de toda índole, yo también fui dándole sentido a mi vida, que de manera impensada me llevaría a lo que hago hoy en día.
Una musa inspiradora de aquellas noches fue la milagrosa Mercedes y hoy al saber que ha muerto a los 74 años víctima de una vulgar enfermedad renal, sé que todos también moriremos.
Por alguna razón, siempre pensé que los seres sobrenaturales nunca morirían. Nunca pensé leer la noticia de su muerte y hoy la tengo junto a mí. ¡Mercedes ha muerto! ¡Que paren las imprentas de los periódicos! Que los artistas canten y los poetas anuncien al mundo que la gran Negra Mercedes ha emprendido su viaje a la eternidad.