miércoles, 25 de junio de 2008

HOY VOLVEMOS A VIVIR POR UNAS HORAS




Se baila todo el día y se bebe toda la noche, al cántico de viejos huaynos que la memoria popular regurgita milagrosamente esa noche tras largo olvido. Es como si tratásemos de pagarle a la pachamama por las ingratitudes del año, por todas las felonías contra nuestra cultura, por preferir una casaca de plumas importada y no un ponchito de alpaca…Por querer apellidar Ferrero y no Ataulluco, que por lo demás es de gran prosapia inka , pues según el Dr. Armando Cáceres quiere decir pene satisfecho o extremadamente feliz.

Los niños desde mayo, todavía, practican sus danzas en las plazas, calles o donde sea, con tal que haya un espacio para bailar. Allí los chicos se conocen con las chicas de otros colegios y al calor de las fiestas del Cusco, también se calientan esos otros amores juveniles y apasionados.

Ahora que vuelvo a leer la cuartilla superior, me digo si en esa forma de escribir no hay un cholo pulsando su computadora Pentium IV a ritmo de huayno lingüístico. ¡Claro que si!, en todo cusqueño, por muy sofisticado que sea hay un inka acurrucado o agazapado en algún ventrículo de su corazón.

Ese es el sentimiento que nos congrega en este frígido mes del año y sin embargo, el único momento en el que explota nuestro sentimiento indígena. El resto del año celebramos fechas postizas como el día del Papa, el de Santísima e incluso el Corpus que es una degeneración católica de nuestra choledad.

Durante un año guardamos el poncho con naftalina y el sombrero chumbivilcano clavado en alguna pared, para volverlo a exhibir el 23 de junio. Creo que ese día en todos brota el mismo sentimiento de orgullo étnico, de sabernos cholos indómitos, vencedores y rebeldes. Recorremos las calles y plazas sintiéndonos dueños de cada rincón que nos fue arrebatado por la criollada domesticada.

Y entonces… ahí al calor del trago surge el gusto de orinar al costado de los templos españoles. Es como si el pueblo cobrase una lejana venganza por la cruel evangelización. Mientras tanto, la muchedumbre captura la plaza de armas donde se desata una q´ashua pueblerina y desordenada.

Al compás de los huaynos, surgen extraños romances, de cholas atrevidas con gringos y maqtas bricheros con “crudas” extranjeras de un metro ochenta. Todos de algún modo sabemos que esa es la manera más fácil de romper nuestra mediterraneidad, la pobreza y quien sabe en el fondo, muy en el fondo, conquistar lo que Huascar o ATahuallpa dejó inconcluso.

En algún remoto lugar de nuestro mapa cromosómico yace roncando eternamente nuestra indianidad, a la cual todos hoy llaman andinidad, para evitar el sentido peyorativo del concepto “indígena”. Es ese fantasma el que vuelve a la vida, se embriaga, baila, grita, insulta, hace estupideces, grita ¡kausachun qosqo! hasta perder la garganta y caer abatido por el sueño o el alcohol.

En el 23 , como se dice en mi tierra, no hay jefe, gerente o director de alguna institución que se sustraiga a esa eclosión indígena. Y entonces, por un momento olvidamos el racismo localista… y el portero baila con la secretaria del jefe, o el jefe le toma la mano al barredor en nombre del baile de la cusqueñidad . Por 24 horas vivimos el mundo “perfecto”, donde todos somos amigos de todos, donde la clase social no importa, donde el cargo es una simple etiqueta pegada con baba en la frente de los hombres.

Todos bailamos por la pachamama, por los apus, por los inkas, por nuestros antepasados extraordinarios y al día siguiente volveremos a despertar para pronunciar esa grosería que ya se ha convertido en monserga insípida de tanto pronunciarla: “Chola o cholo de mierda, donde están mis zapatos”.

O al revés, al resentimiento, de abajo hacia arriba, con el ya consabido: “Ese ratero se ha hecho rico robando o vendiendo cocaína”.

Por un día nuestra pachamama este 23 vivirá pletórica de gozo al ver a sus hijos, (negritos, indiecitos o blancuzquitos) todos hermanados en una fiesta que felizmente no fue impuesta por los mistis. Ojala hubieran más de estas fiestas y la cusqueñidad fuera una fiesta racional de todos los días y no tuviéramos que estar desempolvando nuestros ponchos para sentirnos dueños de una tierra que, día a día es más ajena. ((220608).