sábado, 6 de septiembre de 2008

LA UTOPIA CUSQUEÑA.



Nos pasamos la vida soñando con un mundo mejor. Otros de tanto soñar se pudren hasta convertirse en alcaldes, regidores, estafadores politiqueros o en el peor de los casos son congresistas.

Yo he sido uno de esos que soñó con un Perú donde todos seamos felices, donde no  haya miseria o desempleo; pero mis sueños se fueron desvaneciendo con los años y en cambio creció mi frustración. 

Más tarde vi a mis amigos, mis compañeros de sueños, hacerse politiqueros, luego los vi juramentando como autoridades en algún chiribitil; pocos se salvaron de la maldición de hablar hacia a la izquierda y comer con la derecha. 

La mayoría, al poco tiempo perdió la memoria, se convirtió en una masa amnésica, sin amigos, sin recuerdos; olvidaron todos los sueños y así terminaron como vulgares empleados fracasados, postulando a un cargo por cualquier partido, con tal de que les dieran una chamba a cualquier precio.

Y cuando alguien tuvo el coraje de decirles lo que pensaba dejaron de ser los amigos de antaño y por el contrario terminaron en una enemistad visceral. ES verdad, nos insultamos, yo también los insulte con la fuerza de mi rabia. Hoy los veo pululando, la gente los llama politiqueros traidores, pero no es así, alguna vez, hace muchos años también ellos soñaron con un mundo más justo para todos. 

Y así fuimos perdiendo la capacidad de soñar con un mundo distinto. A esta altura ya casi estoy convencido que la política es una forma de vida poco honrada, al que los honestos llegan por un accidente de los votos.

Es por estas razones, que hace una semana le había planteado a Alejandro Herrera, este sueño. Soñar con cambiar el mundo, donde como dice Vallejo, todos “estemos sentamos al borde de la mesa eterna, desayunados todos”. 

Una sociedad donde los chavetazos verbales del raje sean elogios sinceros de alguna capacidad escondida. Una sociedad, que cristalice sólo por dos horas al mes, para ver que se puede aun cambiar hacia a esa dirección que Thomas Moro imagino. 

Una sociedad donde podríamos despojarnos de nuestra miseria cotidiana, para re-educar al espíritu, oteando la posibilidad de un mundo diferente, sinceramente bueno, no esta miseria que vemos a diario y de la que somos parte.

Esa sociedad es algo así como una “Utopía andina”  en chiquito. Pensé que el lugar más adecuado, dada la cantidad de locos románticos, que concurren a ese lugar, sería el “Cofrecito” de Edwin Chávez.

La idea se la comente a Alejandro Herrera y a Roberto Romero, mi entrañable amigo. A ambos se les iluminaron los ojos como a niños y quedamos en vernos al proximo fin de semana. Para aquel sábado, nos preparamos desde temprano. Una de las primeras sugerencias sería andar descalzos como un acto de sencillez y horizontalidad, con los pies bien puestos sobre la tierra. 

Me dije: Tengo que llegar a la hora, porque seria inaudito que llegue tarde al nacimiento de esa nueva utopía chola, que aunque no tenga mucha consistencia material tendría que venir a este mundo con todos los honores de un parto incubado por muchos años. 

Ese sábado, llegue a la hora en punto. Había llevado una botellita de anisado para iniciar la sesión. Yo sabia que no vendrían más de cinco, pero con cinco buenos, suficiente me dije.

Toque la puerta de Tres Cruces de Oro, muy decidido; con golpes fuertes. Una sociedad imaginaria tendría que nacer fuerte y sonora. A los minutos Edwin me abrió la puerta, medio soñoliento, eran las 4 de la tarde. 

Hola Mario, que te trae por aquí, pasa.
Hermano vine a verlos. Hoy vamos a fundar la utopía cusqueña de Tres Cruces de Oro. (Reímos)
Está Alejandro?
NO, Alejandro tuvo que adelantar su viaje hoy a las 11 de la mañana, porque no pudo encontrar pasajes para más tarde. 

En silencio, nos tomamos dos tapas de anisado. Edwin ya tiene más canas que yo de tanto empujar estos sueños. Por mi parte, no dije ni una palabra. Después lo llame a Roberto Romero, suspendí la reunión y me sentí más solo que nunca... Si los poetas no son capaces de soñar, el mundo está desahuciado.