viernes, 15 de agosto de 2008

LAS SORPRESAS DE FRANCIA.


Esto lo escribí hace más de un año y relata mi corta estancia en esa ciudad: Hoy tuve más tiempo para recorrer esta ciudad francesa llamada Mary sur oas. Salimos tarde como a las 9 de la mañana, sus calles se hallaban prácticamente desiertas. El cielo gris e indeciso razonaba una duda filosófica. En Mery sur oas, constantemente hay garúas por cinco minutos y luego no se sabe si lloverá o se pondrá a solear. En cambio, el viento que es el aliento de la naturaleza; gobierna todo, incluso sus gentes se mueven al compás del viento.

Ayer temerariamente dije que el friecito francés era una cojudez, pero estuve equivocado. Hoy como para desmentirme, el cielo francés muy ofendido se batió en combate con mis irresponsables comentarios, al afirmar que el frío cusqueño era verdadero frío y no la tontería que imagine.

Las nubes, el viento y la lluvia se unieron en santa conjura sobre mi difamatoria afirmación y a esta altura no me queda más remedio que tragarme las palabras en humilde acto de contrición.

Después, en medio de la lluvia fuimos a un minimarket, con Marco “cuervo” Ugarte y Rosario, es decir a una pequeñísima tienda de abarrotes francesa, sin embargo más grande que el Chinito. Al salir me quedé extrañado al ver a un sujeto bien vestido, rubio, limpio, con un reluciente abrigo negro que le caía hasta la rodilla; probablemente mejor vestido que yo.

Pensé que él me esperaba, detuve el paso y el curioso personaje dijo unas palabras en francés gangoso dirigidas a mí.

Yo me quedé mirándolo, por un momento me dije, este no puede ser televidente de la Jornada Informativa o ¿si? Trate de responderle con mis pocos recursos en francés pero nada, el hombre seguía insistiendo. Y como todos aquí son corteses no podía dejarlo con la palabra en la boca.

Merci..., excuse moi.., oui oui..Dije todas las tonteras que se me ocurrían; pero el sujeto nada, seguía mirándome humildemente y moviendo la cabeza con cada palabra que decía.

Ante esta situación Marco vino en mi ayuda y habló con él. Seguramente, dije será un despistado que se perdió, como pasó conmigo en una estación del metro, al llegar a esta ciudad.

Ya luego Marco con una sonrisa en el rostro, me contó. El sujeto de largo y reluciente abrigo negro no era otra cosa que un mendigo francés.

¿Un mendigo? El sujeto que tenía aire de aristócrata, no estaba sucio, ni manco, tullido o mutilado. El mendigo de ojos azules y cabello castaño era un respetado señor mendigo del primer mundo.

Yo no podía entender. ¡Pero si es un blanco! exclamé para mis adentros. Es verdad, Francia también tiene sus mendigos, su pobreza escondida, muy soterrada y bien vestida, como corresponde a esta vanidosa aldea llamada “la ciudad luz”.

Marco después de sonreír por buen tiempo, me explicó con ese tonito de antropólogo cosmopolita, que no existe en el mundo un solo país que no tenga pobres o mendigos

Aquí o allá, es fácil meterse la mano al bolsillo sacar la moneda más pequeña y entregárselo al mendigo y con un suspiro decir ¡pobrecitos, que pena!. Lo que pocos saben, es que la mendicidad hace más pobres a ambos , al que da y al que recibe, porque reduce la condición humana a una minusvalía económica que deteriora la dignidad del individuo que da y del que recibe.

En el proceso de la limosna, propiamente dicha, hay dos manos; una que está arriba soltando la moneda y otra que está debajo. Y ese sólo concepto de una mano encima de otra, es lesivo a la dignidad de todo ser humano.

Muchas veces la pacatería católica alienta esta forma de vida y nos hace ser conformistas al convencernos que los mendigos son un mal necesario. Es una responsabilidad de la sociedad, del Estado y nuestra finalmente, atacar sus raíces, las que por lo general permanecen escondidas.

Nunca olvidaré el rostro de ese francés, que parecía un querubín rubio, pidiendo un euro en la puerta del autoservicio. Algún día los “miserables” como los llamaba Víctor Hugo, harán algo por erradicar la pobreza y la extrema pobreza, ojala no sea de manera tan violenta como ocurrió a comienzos del veinte. Ese es el verdadero cáncer del nuevo milenio, que a nadie parece importarle.