lunes, 21 de abril de 2008

Policia Sipaspujio

LA HISTORIA DE UN PATRULLERO PARRANDERO.

Era una tarde de domingo en Tica Tica. Los dos colegas habían estado muy aburridos observando con olfato policial algún movimiento irregular. Nada raro. Todo en calma. No había una tarde más tranquila.

Al comienzo intentaron dormir un poco, pero nada. Hablaron de sus amigos, o mejor dicho rajaron de sus amigos. Después tocó el turno a sus colegas, más tarde a sus familiares, pero eso no cambiaba el hastío que sentían aquella tarde de domingo.

El patrullero que generalmente está inmóvil cuando se trata de perseguir a los ladrones, esta vez rodaba lentamente, casi arrastrado por su gravedad y el tedio.

Afuera, los chicos de Tica Tica pateaban la pelota como lo hacen todos los domingos y hasta los perros aprovechaban la tarde para dormir sobre las calles polvorientas del aquel barrio de gente humilde en la cima al Cusco.

En ese momento, ambos amigos vieron a dos conocidas chicas del barrio, dos rucas como ellos las llamaban. ¡Ah! pero para conversar con ellas, el trato no podría ser tan chusco.

- ¿Mamita dónde las llevamos? Tienes a la policía a tu servicio, jajá jajá

- Sube pues o te estas haciendo la rogada. Mamacita ya sube o te detenemos, jajaja.

Las chicas ante semejante cordialidad callejera no tuvieron más remedio que aceptar gustosas. Sus jeans de baratillo puestos con calzador para atrapar vagos calentones, había funcionado perfectamente. “Ay, yo no sé por que estos patrulleros tienen los estribos tan altos” se repetía silenciosamente Margarita, mientras estiraba sus flacas piernas para subir al carro.

Por fin ambas se depositaron en los asientos posteriores. Que comodidad, esto si que es un carro, no como el tico en el que siempre solían llevarlas.

- ¿Y que tal está tú hermana? ¿Tus papas? (Como siempre la conversación empezaba por lo mas tonto. Ni siquiera el hecho de tener dos mujerucas metidas dentro del “patuto” les había devuelto la alegría, algo faltaba esa tarde.

Por fin, a uno de ellos se le ocurrió pedirles a las chicas que compren un parcito de chelas. ¿Y tú por que no bajas?, le dijo la más flaquita.

- Es que la gente pues, que va a decir; ¿dos uniformados comprando chelas? Ya no te hagas, te quedas con el vuelto, jajaja.

Las chelas friecitas llegaron. Dentro del patrullero se armó el ambiente, pero el radiotransmisor interrumpía a cada rato la amena conversación y decidieron bajarle el volumen y en su reemplazo poner unas “chichas” que estaban de moda en las picanterías de Nueva Alta.

¡Salú! Hijita, ¿por qué brindamos?, jajaja. El piloto, que era más mosca, pidió a Margarita que cierre las ventanillas un poco más.

- Pero quien nos va a ver, en este descampado, dijo la coquetona.

- No, sólo por precaución, hijita uno nunca sabe, tal vez el jefe, dicen que es medio verde, pero por si aca.

Finalmente entre brindis y brindis cerraron las ventanas. Apenas si quedaba una rendija para que el vientecito ventile ese perfume de chelas mezcladas con testosterona. Afuera la tarde moría con su aburrimiento dominical, sus choros desocupados miraban cabizbajos en la puerta de las picanterías, “marcando” al tío que sería la próxima victima.

Dentro del patrullero, todo marchaba bien. ¡Que linda chamba! Los planes policiales habían dado su resultado: “Estas nos salieron baratas, apenas un par de chelas”.

Todo fue perfecto, se repetía el copiloto: Carro gratis, baratito nomás, podías afanarlas allí mismo y hasta jalarlas a sus casas gratis. ¡Qué austeridad, ni cojudeces! Los choros que esperen, primero son estas mamacitas...

Todo fue perfecto, hasta que a una de ellas se le ocurrió sacar el brazo por la ventana para arrojar el “c´onchito” de la chela, tal como se estila en toda chupa decente.

Ninguno, ninguno de los ex tombos imaginó que en ese momento, el interrogatorio policial “a profundidad” estaba siendo filmado, hasta en su más mínimo detalle para ser transmitido al día siguiente por todos los medios. Esa tarde, si que fue la mejor de todas...